miércoles, 21 de octubre de 2009

Monopoly

Hoy me dieron ganas de pan negro con queso crema. Dos tostadas por favor, si tuviera al mozo esperando al costado de la cama. Pero no. Lo más parecido que veo cuando me despierto es un gato también vestido de blanco y negro, pero que reclama la propina antes de atenderme. Así que me levanto, me visto, agarro unos pesos y salgo a comprar.

$6 pesos el queso crema. $6,50 el pan negro. No traje más que $10, así que cambio de planes. Las ganas de queso se comen a las ganas de pan, así que bajo a galletitas, también de salvado.

Abro la puerta de casa pensando en el mate que me voy a tomar y me encuentro una boleta en el piso. Llegó la luz, pienso con miedo de mirar, mientras me agacho para dejar que el total me atraviese.



El total no es tan grave. Pero hay un sello naranja que dice que podría ser mucho peor. El estado me paga una parte importante, parece. Y aunque no lo pagara, seguiría siendo barato, me dice el folleto que me marca que si estuviera en Chile, me hubieran cortado la luz, si estuviera en Uruguay, tendría que haber vendido un riñón y si estuviera en Brasil, no entendería la boleta.

Miro atrás de la cuenta buscando más datos. Necesito hacerme una idea de cuánto sería mi sueldo expresado en pesos si viviera en esos países. Porque si no, de nada sirve la comparación. No tengo planes de mantener una casa en otro país con mi sueldo de acá. Pero no dice nada. Sólo que gastaría más pesos si no tuviera la suerte de vivir en este estado (con e minúscula).

Mientras abro el paquete de galletitas, miro la tostadora desenchufada pensando en lo que estoy ahorrando de la próxima boleta de luz, más allá de sellos naranjas. Y mientras abro el lujoso queso crema, llego a dos conclusiones: que no puedo elegir otro distribuidor de energía eléctrica y que entiendo que por esto, entre otras cosas, se llame impuesto a la tarifa por un servicio.

Empiezo a sentir claustrofobia. Pienso que la única forma de abaratar la boleta es usando menos electricidad o mudándome a algún país lejano, siguiendo el razonamiento del folleto.

Inmediatamente, pienso en el monopolio de los medios, que logró instalarme en la cabeza la idea del monopolio de los medios (argumento elemental para rebatir cualquier idea de real monopolio de los medios). Me acuerdo de una propaganda que vi entera muchas veces, porque si cambio de canal, me pierdo el partido de Boca (argumento elemental número dos).



Pienso en mis otras boletas. El agua por la que pago $25 mensuales aunque deje la ducha abierta una hora mientras miro por el balcón al portero de enfrente dejando la manguera abandonada escupiendo agua potable. Monopolio bueno si los hay. El gas que también viene con descuento del Estado, gracias a algún señor de algún pueblo de San Luis que paga el IVA de la yerba. Un caso parecido al de la luz. El teléfono que viene más barato, gracias a que aflojé con los celulares y uso mucho Messenger y Skype. El ABL que no cuenta, porque es un impuesto, así que es un monopolio que eligió el pueblo. Pero pará. Igual que el agua, igual que la luz y el gas.

Enseguida me pregunto: si apareciera una empresa competidora de Edesur y me prestara el mismo servicio por el 10% del costo, ¿qué me recomendaría la Presidente? ¿Que me cambie o que siga pagándole a Edesur? Y si todos en la ciudad hicieran lo que corresponde, ¿podríamos llamarlo monopolio?

No puedo evitar acordarme de cuando era chico. Ya no digo comprame, comprame, ni paro en el kiosco todos los días, porque la plata es mía. Pero con el agua, vuelvo a sentirme un poco así. Mientras no haya medidor, y en la tele no haya imágenes de chicos de África muriéndose de sed, voy a quedarme mirando los dibujitos cinco minutos más mientras la ducha corre.

Las moralejas son bien sencillas:

-El monopolio no tiene que ver con el porcentaje de la población que acapare una empresa, sino con la imposibilidad de esa gente de elegir una alternativa.

- Los verdaderos monopolios no traen nada bueno. Por eso el 28 de junio pasado elegí cambiarme de “empresa”, pero no sólo me sigue llegando la misma boleta, sino que viene cada vez más cara.

domingo, 18 de octubre de 2009

Harto de chupar


Estaba corriendo en el gimnasio mientras miraba el partido. Desde hace meses he dejado de ver los partidos de la selección en grupo. Es la mejor forma de preservarme del pudor que me provoca esta selección, de esa contradicción entre las ganas de que la camiseta esté en el Mundial y la falta absoluta de interés por un equipo que transmite lo peor que tenemos para mostrar de los argentinos. Un equipo financiado con dineros de la bravuconada, dirigido por la bravuconada y con resultados propios de la improvisación y la falta de profesionalismo. Y sólo se dan algunos resultados, los mínimos e indispensables, por el compromiso inquebrantable de algunos de sus jugadores, no de todos, que todavía sienten la deuda de honor de hacer algo recordable con esta camiseta, porque con otras ya lo han hecho y de sobra.

Así es que el miércoles yo trotaba en la cinta viendo solo, sin compañía, las escenas del mismo estadio Centenario en el que grité con el equipo de Verón mientras daba pasos firmes para ganar la Copa Libertadores. ¡Qué mar de distancias entre aquella noche en Montevideo y la amargura de esta clasificación! Es la diferencia entre el premio justo a los que trabajan seriamente, paso a paso, y los improvisados. El mismo contraste que veía con Chile esa noche, en la que se hacía Justicia, así, con J mayúscula: un equipo sin estrellas, pero con mucho trabajo, lograba la clasificación de punta a punta, sin necesidad de salvadores.

Y nosotros, mientras tanto, dependiendo de un gol improbable en la lluvia torrencial del Monumental, gol que todos gritamos, pero que todos, casi sin excepción, disfrutamos más por Palermo, un laburante incansable del fútbol, que por la Selección. ¿Y acaso no fue lo mismo con Verón la noche de la clasificación en Montevideo? ¿No fue esa sensación de reivindicación de ese monstruo del mediocampo la que le dio algún sentido al festejo, a pesar del juego deslucido de toda una eliminatoria?

Yo soy resultadista, no lo niego. En el fútbol no sirve merecer ganar si no se gana. Pero el resultadismo es válido sólo por la positiva, es decir, cuando uno no se conforma con merecer ganar sin resultados, sino que exige que se gane en los hechos. Pero no es lo mismo cuando sostenidamente no se hacen bien las cosas, no se merece ganar, y sin embargo se gana. Ahí, a pesar de todo lo que se quiera decir con el diario del lunes, te queda en la boca el sabor amargo de la injusticia que la gente de bien no puede ocultar. Y si no, vean las declaraciones de Verón al final del partido:



Por esas cosas que se intuyen aunque no se sepan, seguí corriendo en la cinta cuanto terminó el partido para esperar la conferencia de prensa. Apareció Diego, ya bañado. Se lo veía calmado por fuera, pero con ese odio añejado que lo desbordaba. “Sigan mamando”:



Sentí que me hablaba a mi. Porque no puedo más que confesar que soy de los que a lo largo de las eliminatorias pensó en todo momento que había gente mucho mejor preparada para el cargo de DT que el Diego. Y lo sigo pensando hoy, aunque hayamos clasificado. Bianchi, Bilardo, Russo, El Cholo, Valdano, Cúper y la lista sigue. “Que la chupen, que la sigan chupando.”

Y ahí estaba yo corriendo, mientras escuchaba las mesuradas palabras del técnico de nuestra selección, pensando cómo los diarios del mundo reflejarían el disparate continuado de nuestro país, que recién terminaba de aprobar una ley de medios entre gallos y medianoche y que ahora tenía en el Gran DT a un soldado más de la causa contra la prensa. ¿Cómo lo iban a criticar a él, a D10S? “Que la chupen, que la sigan chupando.” Y por si la conferencia de prensa no alcanzaba, a las cámaras que seguían al micro en su salida del Estadio también les estaba reservada la mímica del grosero:



Grondona salió a apoyarlo, porque “todo pasa”, como dice su anillo, y esto seguramente también. Curiosamente, el mundo del revés nos mostró a los jugadores, a los seleccionados, a los conducidos, poniendo la mesura que no tenían los conductores. Así le tocó a Mascherano decir con la prudencia que faltó desde el banco:

"El trabajo de ustedes necesita de nosotros y el trabajo de nosotros por momentos necesita de ustedes. La realidad es que no sirve de nada estar enfrentados. Hay cosas que a veces hay que evitar decirlas y tampoco, hoy día con la victoria y con el hecho de haber clasificado, nosotros no tenemos que ponernos en un lugar más alto y ser rencorosos con la prensa."

Los medios del mundo reflejaron —como no podía ser de otro modo— el desenfreno propio de la patota, y los argentinos seguimos sumando razones para ser mirados de costado, ahora, hasta por nuestros vecinos de subcontinente. Ya no sólo nos separan de Brasil, de Chile, de Perú, de Uruguay, de Costa Rica, de Colombia, la falta de previsibilidad, el desprecio por la inversión extranjera y por los estándares mínimos de seguridad jurídica, el deterioro progresivo de las instituciones republicanas y el desarrollo económico. Ahora nos separa también la desmesura en las declaraciones, eso que nos arrincona con los Chávez, con los Morales y los Correa de este mundo.

Hasta dónde habrá llegado el disparate que Blatter, bribón consuetudinario, se sintió acorralado y en la necesidad de proteger el negocio. Y amenazó al Diego con sanciones. Con suspensión y con multa. Veinte mil francos suizos; un poco menos de cien mil pesos de los nuestros.

Maradona, el DT, pagará con su dinero, se podrá decir. Pero cobra su sueldo de la AFA, de donde vendrán en definitiva los francos suizos para pagar la multa. Sí señor, esa plata saldrá de la misma caja hoy llena de dinero mal habido por la estatización de un fútbol “para todos”, que ahora debe esperar que la señora Presidenta salga en cámara para empezar los partidos. El dinero vendrá del contrato para televisar el mismo fútbol que no ha vendido hasta ahora ni un segundo de publicidad a una empresa anunciante. Ni uno. Es que así tienen desde Telam la plena libertad para infestar con propaganda oficialista, también pagada con los impuestos de todos, cada gol liberado del secuestro en el que estaban sumidos, así nos dicen, merced a un contrato repudiado por la AFA en el que se puede ver la firma —nada menos— del propio Grondona.

Seiscientos millones de pesos cuesta por año el chiste, más lo que el Estado deba pagar a TyC, directa o indirectamente, por los daños y perjuicios. Salen de nuestros impuestos, claro. Y así es cómo el 21% de IVA que se paga en algún lugar de Jujuy por el kilo de menudos de pollo que harán que el guiso de maíz se parezca a un plato de comida, termina yendo a Suiza a cubrir el costo de la penitencia de quien nunca se arrepiente de sus disparates; disparates que otros, muchas veces la mayoría, le siguen festejando.

martes, 6 de octubre de 2009

La Argentina de los guapos


Me tocó nacer en un país donde se ha consolidado la idea de que gana el guapo, el vivo, el que la hace por izquierda y se ríe con sorna del resto del mundo, sabiendo que aunque lo pesquen no le pasará nada en el plano local. Por lo menos hasta que llegue el nuevo guapo y lo haga pasar las de Caín, no por haber hecho la trastada, que seguro repetirá, sino para hacerle sentir que hay un nuevo jefe en la cuadra. Y esto pasa con los presidentes, pasa con los intendentes y los gobernadores, pasa en los sindicatos, pasa en los clubes, pasa en el consorcio de casa. Pasa.

Y así tenemos secretarios privados con casas holliwudenses, secretarios de transporte que compran jets privados, choferes dueños de multimedios, sindicalistas dueños de farmacias con remedios que no curan y rufianes que manejan el comercio de un país por teléfono, a fuerza de puteadas y amenazas de pistolero de fogueo. Aquí y allá se encuentran unos pocos que pelean en solitario, remando en contra de esa corriente de porquería acumulada, pero son los menos. En general, se encuentra uno con la cobardía del malón, con los que prefieren ser los últimos en dejar de pagar la coima o en bajarse de la tarima de los actos oficiales, no sea cosa que haya otro que les gane el lugar en la cola del besamanos. Es el miedo a sentirse un otario en una carrera de vivos; la peor condena posible.

Y qué terrible es ver en esa carrera a empresas con una asamblea de accionistas, pero sin un claro dueño persona física. Porque ahí no hay modo de tener una carrera de guapos contra guapos, sino que hay directores y gerentes de este lado, tipos que por mucho be-eme que tengan, siguen siendo empleados, y que si se juegan la patriada de mandar a los cuernos a alguno de los que está en el gobierno, ponen en juego la cuota del colegio de los chicos. Porque el accionista quiere salvar las papas, que es lo que indica la racionalidad, y si lo que hace falta para evitar una multa del estado aquí o para evitar una integral de la AFIP allá es no hacer olas, pues que no se hagan.

Entonces la cobardía de los primeros en la cadena trófica del estado se hace patente. Y así es cómo los directivos de las empresas se dejan zamarrear como criaturas en procedimientos de apriete al margen de las normas, porque no les queda más que elegir entre hacer un papel triste frente al guapo de turno (situación que en última instancia tiene algo de privado), o arriesgarse a que una decisión de poner freno a la bravuconada le termine costando el puesto. Los accionistas lo acompañarán hasta la puerta del cementerio, pero ahí le soltarán la mano y contratarán a otro (hemos visto a directores despedidos por el rufián de los teléfonos y a los accionistas permitiendo que eso pasara).

Todo parece indicar que veremos cómo las empresas dan pasos para atrás en la historia del capitalismo para volver a las estructuras de hace 300 años, que les permitan pelear con estos personajes medievales. Las sociedades anónimas dejarán de serlo, y volverán a ser emprendimientos familiares o con un dueño visible que podrá tomar decisiones por sí mismo y, eventualmente, enfrentar al guapo. El problema es que las empresas en manos de personas físicas son también más permeables a las presiones y a las tentaciones de quien puede dar favores con billetera ajena. Sólo con suerte veremos alguna que otra riña, alguna que otra decisión de no participar de las claques que van mansas a los actos oficiales. Y tal vez de las riñas surjan cosas buenas, o tal vez surjan cosas peores que nos hagan seguir retrocediendo en el tiempo.

Este círculo vicioso se rompe devolviendo al Estado a su lugar de árbitro, en lugar del de parte interesada a favor de algunos bolsillos que tiene hoy en día. ¿Nos tocará verlo? Mientras nosotros debatimos cómo los medios de prensa terminan en manos amigas, el gran país del norte (el de la samba y el carnaval, porque ya no hace falta ir hasta Estados Unidos), es sede de un Mundial, de los Juegos Olímpicos y dueños de unas de las tres economías más pujantes de los años por venir. Y si volteamos la cabeza al oeste, no queda más que agradecer que la cordillera nos impide ver el triste espectáculo de nuestro subdesarrollo. Hasta Uruguay y Perú se han consolidado como destinos de inversiones más duraderas que la Argentina.

Antes se decía que los argentinos encontraban la salida en Ezeiza. Ahora, ya no hace falta irse tan lejos; no hacen falta los aviones ni soñar con otros continentes. Basta con tomar alguna ruta a medio pavimentar por el estado o construir derechamente una balsa que soporte el cruce del río. Así estamos.