martes, 6 de octubre de 2009

La Argentina de los guapos


Me tocó nacer en un país donde se ha consolidado la idea de que gana el guapo, el vivo, el que la hace por izquierda y se ríe con sorna del resto del mundo, sabiendo que aunque lo pesquen no le pasará nada en el plano local. Por lo menos hasta que llegue el nuevo guapo y lo haga pasar las de Caín, no por haber hecho la trastada, que seguro repetirá, sino para hacerle sentir que hay un nuevo jefe en la cuadra. Y esto pasa con los presidentes, pasa con los intendentes y los gobernadores, pasa en los sindicatos, pasa en los clubes, pasa en el consorcio de casa. Pasa.

Y así tenemos secretarios privados con casas holliwudenses, secretarios de transporte que compran jets privados, choferes dueños de multimedios, sindicalistas dueños de farmacias con remedios que no curan y rufianes que manejan el comercio de un país por teléfono, a fuerza de puteadas y amenazas de pistolero de fogueo. Aquí y allá se encuentran unos pocos que pelean en solitario, remando en contra de esa corriente de porquería acumulada, pero son los menos. En general, se encuentra uno con la cobardía del malón, con los que prefieren ser los últimos en dejar de pagar la coima o en bajarse de la tarima de los actos oficiales, no sea cosa que haya otro que les gane el lugar en la cola del besamanos. Es el miedo a sentirse un otario en una carrera de vivos; la peor condena posible.

Y qué terrible es ver en esa carrera a empresas con una asamblea de accionistas, pero sin un claro dueño persona física. Porque ahí no hay modo de tener una carrera de guapos contra guapos, sino que hay directores y gerentes de este lado, tipos que por mucho be-eme que tengan, siguen siendo empleados, y que si se juegan la patriada de mandar a los cuernos a alguno de los que está en el gobierno, ponen en juego la cuota del colegio de los chicos. Porque el accionista quiere salvar las papas, que es lo que indica la racionalidad, y si lo que hace falta para evitar una multa del estado aquí o para evitar una integral de la AFIP allá es no hacer olas, pues que no se hagan.

Entonces la cobardía de los primeros en la cadena trófica del estado se hace patente. Y así es cómo los directivos de las empresas se dejan zamarrear como criaturas en procedimientos de apriete al margen de las normas, porque no les queda más que elegir entre hacer un papel triste frente al guapo de turno (situación que en última instancia tiene algo de privado), o arriesgarse a que una decisión de poner freno a la bravuconada le termine costando el puesto. Los accionistas lo acompañarán hasta la puerta del cementerio, pero ahí le soltarán la mano y contratarán a otro (hemos visto a directores despedidos por el rufián de los teléfonos y a los accionistas permitiendo que eso pasara).

Todo parece indicar que veremos cómo las empresas dan pasos para atrás en la historia del capitalismo para volver a las estructuras de hace 300 años, que les permitan pelear con estos personajes medievales. Las sociedades anónimas dejarán de serlo, y volverán a ser emprendimientos familiares o con un dueño visible que podrá tomar decisiones por sí mismo y, eventualmente, enfrentar al guapo. El problema es que las empresas en manos de personas físicas son también más permeables a las presiones y a las tentaciones de quien puede dar favores con billetera ajena. Sólo con suerte veremos alguna que otra riña, alguna que otra decisión de no participar de las claques que van mansas a los actos oficiales. Y tal vez de las riñas surjan cosas buenas, o tal vez surjan cosas peores que nos hagan seguir retrocediendo en el tiempo.

Este círculo vicioso se rompe devolviendo al Estado a su lugar de árbitro, en lugar del de parte interesada a favor de algunos bolsillos que tiene hoy en día. ¿Nos tocará verlo? Mientras nosotros debatimos cómo los medios de prensa terminan en manos amigas, el gran país del norte (el de la samba y el carnaval, porque ya no hace falta ir hasta Estados Unidos), es sede de un Mundial, de los Juegos Olímpicos y dueños de unas de las tres economías más pujantes de los años por venir. Y si volteamos la cabeza al oeste, no queda más que agradecer que la cordillera nos impide ver el triste espectáculo de nuestro subdesarrollo. Hasta Uruguay y Perú se han consolidado como destinos de inversiones más duraderas que la Argentina.

Antes se decía que los argentinos encontraban la salida en Ezeiza. Ahora, ya no hace falta irse tan lejos; no hacen falta los aviones ni soñar con otros continentes. Basta con tomar alguna ruta a medio pavimentar por el estado o construir derechamente una balsa que soporte el cruce del río. Así estamos.

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